Llega la época vacacional, ya sea en verano o en invierno y, todo padre que tenga hijos adolescentes, ha pasado por el difícil momento de aceptar que llegó el momento de que ellos/ellas viajen solos/as por primera vez. Todo conforma parte del normal crecimiento, del desarrollo, de la libertad y, de la independencia. Es algo bien característico de los jóvenes que van dejando atrás la etapa de la adolescencia y empiezan a buscar su propio camino, su lugar de entrada al mundo del “ser jóven adulto”. Es la propia expresión juvenil de querer tener su propia espacio y así poder para adquirir nuevas experiencias.
A la hora de dar consentimiento a este tema delicado, resulta inevitable no pensar en casos “fatales”, en desgracias o tragedias, en tantos hechos que vemos o escuchamos, a lo lejos, en los diarios, las noticias, la tele. A pesar de que la confianza en un hijo es indiscutible, la existencia de los peligros, muchas veces, deja la puerta abierta al temor y al miedo que nos puede hasta paralizar.
La decisión puede ser sumamente difícil, los tiempos que corren en la actualidad no aportan ninguna seguridad a la hora de dar la respuesta indicada. Es seguro que todo padre y/o madre desea que su hijo/a busque nuevas experiencias, ya que eso le permitirá a un joven hacerle frente, de manera madura y segura, a conflictos que en el futuro se presentarán. Sin embargo, ¿hasta qué punto es conveniente limitar a un hijo por nuestros propios miedos, sensaciones y creencias?
Una etapa vital de nuestra vida tiene que ver con la capacidad del desapego de nuestros padres y está en los adultos propiciarla adecuadamente. Los miedos bien transmitidos no deberían ser un impedimento sino una enseñanza. Es típico del adolescente minimizar riesgos y fantasear con su autosuficiencia, pero la capacidad empática de esos padres permitirá verbalizar dichas cuestiones relacionadas con aquellas medidas de cuidado y control previamente “pactadas”, en cada caso en particular.
Ese momento, que por lo general suele ser tan temido por los padres y muy anhelado por los adolescentes, puede ser muy enriquecedor a la hora de poner a prueba lo enseñado y puede resultar favorecedor de aprendizajes, en cuanto a los aciertos y errores, si se toman en cuenta algunos parámetros de confianza y fundamentalmente, de comunicación. Puede ser muy estimulante y enriquecedor para propiciar e incentivar el crecimiento y desarrollo personal, las elecciones responsables, el establecimiento de valores, la aplicación de la inteligencia emocional y la capacidad del disfrute de los chicos/as.
Por otra parte, el conocer el entorno social de los hijos ayuda a poder estar más seguros a la hora de tomar la decisión. Algunas acciones resultan clave para otorgarles mayor seguridad a la hora de dejar a los hijos, y que luego logren disfrutar de la experiencia del primer viaje solos. El diálogo constante con los chicos es fundamental, permitirles comprender que los miedos no son infundados por sus actitudes sino por el entorno que los rodea. Los celulares cumplen un rol fundamental en la cotidianidad entre padres e hijos, pero el abuso de llamados y mensajes puede causar el efecto contrario al deseado. Esperar que los hijos se comuniquen termina siendo la mejor opción para evitar fastidios y actos de rebeldía propios de cualquier adolescente.
Cuando se acerca la fecha de la partida, hay una mezcla de miedo, tristeza, pérdida y un poco de angustia. Cuando se llega a resolver todos los pequeños detalles o problemas de organización, podemos quedarnos con cierta paz interior y dejar de estar cuestionándonos todo. La comunicación es primordial entre ambas partes y de obtener un resultado satisfactorio, no existe padre o madre que termine sintiéndose orgulloso/a de haber criado a un hijo/a “libre”.