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La sociedad actual está caracterizada por las prisas y el estrés. Muchas veces, los padres actuamos en piloto automático para lograr atender todas las áreas de nuestra vida. Sin embargo, es imprescindible llevar a cabo una crianza consciente en la que nuestros actos no sean fruto del automatismo. No proporcionar a los niños el afecto, respeto y validación necesarios tendrá un gran impacto negativo en su felicidad y en sus relaciones durante toda su vida.

Cuando decidimos ser padres estamos asumiendo el gran compromiso de criar seres humanos emocionalmente sanos.Crecer con unos padres invalidantes acarrea serias consecuencias para la personalidad y la calidad de vida de una persona. Los entornos familiares invalidantes se caracterizan por obstaculizar el desarrollo personal de sus miembros. Se establecen una serie de patrones de comportamiento que terminan minando la confianza de los niños en sí mismos. Estos pequeños aprenderán a sentirte inadecuados e incapaces. Pero, además, se sentirán insanamente atados a su núcleo familiar. El vínculo que se establece está basado en la ansiedad y la culpa, y al niño le será realmente difícil salir de su familia y ser independiente, porque sentirá que sin ellos no puede salir adelante.

Los dos principales funcionamientos que caracterizan a los padres invalidantes son:  la sobreprotección y la mala gestión emocional.

La sobreprotección

La sobreprotección surge de un deseo de apartar al niño de cualquier potencial peligro o sufrimiento. Los padres perciben el mundo como un lugar lleno de amenazas para su hijo y tratan de anticiparse y evitarle cualquier problema. Además, evitan darle responsabilidades creyéndose frases como “ya va a tener tiempo para sufrir y tener frustraciones cuando sea mayor”. Este tipo de conductas, a pesar de su buena intención, le lanzan al niño el mensaje indirecto de que él no puede valerse por sí mismo. Le convencen de que no es capaz de hacer frente a las situaciones de la vida y le hacen verse como un ser desvalido. Sin querer, están invalidando su persona y sus capacidades. Y, cuando este niño deba hacer frente a dificultades vitales, se encontrará sin recursos y sin la autoestima necesaria para salir airoso. Experimentará grandes cantidades de ansiedad y dependerá extensamente de sus padres, incluso en la edad adulta.

La mala gestión emocional

La otra cara de la moneda la encontramos en aquellos padres que no saben gestionar adecuadamente sus emociones ni las de sus hijos. Suelen ser personas que no se encuentran en contacto con sus propios sentimientos, con dificultades para identificarlos, regularlos y expresarlos. En estos entornos existe una gran dificultad para transmitir mensajes positivos, caracterizándose la comunicación familiar por las críticas o la indiferencia. De este modo, cuando el niño expresa una emoción, los padres toman dos caminos: ignorarla, minimizarla, restarle valor e importancia, o reaccionar a ella con reproches y molestia. Sea como fuere, el pequeño recibe el mensaje de que sus sentimientos no son dignos de ser tratados con atención y respeto. Entiende que no va a recibir comprensión cuando exprese su dolor o su malestar y, por el contrario, va a encontrar rechazo. Lógicamente, los niños que crecen bajo estos patrones familiares desarrollan tendencias a inhibir por completo sus emociones o a expresarlas de manera extrema.

La conclusión común a ambos tipos de crianza es la dependencia que se genera en estas personas con respecto a sus padres y su entorno familiar. Tanto el niño que ha crecido escuchando que todo lo hace mal, como aquel al que no se lo han dicho pero no le han dejado actuar por considerarle incapaz, comparten destino. Con el paso de los años, estos niños encontrarán serias dificultades en establecer relaciones sanas, desarrollando tendencia a la dependencia emocional, en el primer caso, y a la evitación de la intimidad en el segundo. Por otro lado, se sentirán extremadamente arraigados a su núcleo familiar, hasta el punto de ver limitada su individualidad. La idea de enfrentarse a la vida sin su entorno les parecerá terrible pero, además, la familia retroalimentará esa dependencia pues, en muchas ocasiones, estos padres encuentran en sus hijos el pretexto para no hacer frente a sus propios problemas.

Por eso, es imprescindible que pongamos todo nuestro esfuerzo en criar niños emocionalmente sanos y autónomos. Atender a sus sentimientos, comprenderlos y darles valor es el primer paso para forjar su autoestima.

Admin

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