La adolescencia es una etapa que puede ser muy difícil.Los cambios que sufren los jóvenes pueden originar conflictos tanto internos como en el entorno, mezclándose en muchas ocasiones y proyectando esa sensación de falta de sentido y ubicación tan característica de esta etapa. Gritos, discusiones, aislamiento, peleas, cambios bruscos de humor, falta de entendimiento y hartazgo por una inestabilidad sostenida en el tiempo, junto a la presión social que existe en muchos casos, provoca que muchos trastornos de alimentación sean diagnosticados tarde.
Son varios los estudios que han analizado la influencia de la dinámica familiar (no sólo el papel de los padres), en los trastornos de alimentación. Algunos intentaron encontrar patrones comunes en aquellas familias en las que se había registrado al menos un caso de anorexia nerviosa. Los resultados mostraron ciertas dinámicas familiares que suelen ser predominantes. Algunas de ellas eran patrones de apego inseguro, la sobreprotección, la rigidez, la falta de comunicación y el hecho de involucrar a los hijos en los conflictos parentales. Suelen existir problemas de comunicación, no escuchando y rechazando la comunicación del otro, los papás no asumen ni liderazgo ni responsabilidad, existen carencias importantes en la relación que mantienen los padres y la desilusión e infelicidad de la relación de los padres que se oculta tras una máscara, de manera que los niños perciben y toman parte en los problemas de pareja.
Por otra parte, sería un error hacer solo responsable a la familia de los trastornos de alimentación que sufren los jóvenes. Los adolescentes también pueden sufrir algún trastorno de la alimentación en una familia en la que no existan los condicionantes anteriormente mencionados. Es así como, otro factor de riesgo es la falta de una buena autoestima. La baja autoestima (especialmente cuando está relacionada con la imagen corporal), puede ser el factor que más pese en el desarrollo del trastorno. Trastornos como la depresión o el trastorno bipolar pueden hacer que el joven utilice la alimentación como premio o castigo de manera sistemática; componiendo finalmente una dieta muy dañina para su cuerpo, basada en periodos que alternan grandes atracones con fuertes restricciones.
Los padres pueden ser un gran apoyo para cualquier joven que esté pasando por un trastorno de alimentación, aunque también puede ser el peso que les termine de hundir en caso de que no actúen de la forma más acertada. Son los que más posibilidades tienen de ayudar porque suelen ser lo que mejor conocen los patrones de sus hijos, de manera que son los más cercanos para detectar cualquier cambio que se produzca. De una manera u otra, ante la duda, lo mejor es acudir a un profesional. Una vez realizada la evaluación y establecido el diagnóstico, en caso de encontrarnos ante un trastorno de la alimentación, los sentimientos de frustración e impotencia son normales. Los padres pueden sentir que no se producen avances, que estos son muy lentos o que incluso hay retrocesos. Incluso pueden llegar a culpar a su hijo, sin entender que probablemente el que peor lo está pasando es él.
Además, no es raro que los padres tengan que soportar rechazos y desplantes continuos, ya que su hijo en muchas ocasiones no es receptivo a las medidas que se toman por su bien. De ahí lo importante de no solo dirigir junto con el profesional, sino también de explicar; evitar caer en la tentación de tratar a alguien como un niño cuando ya no lo es. Es muy necesario que los padres se mantengan unidos, que se apoyen mutuamente y que expresen sus emociones.
También, es importante que sigan las pautas establecidas por el profesional o cambien de profesional en caso de no confiar en este. Lo prohibido en cualquier caso es tratar de salir de la situación de manera autónoma, ya que en la mayoría de los casos los padres no cuentan con el conocimiento o los recursos necesarios para hacerlo, por mucho que no les falte voluntad y ganas. Incluso con la ayuda de un profesional, el proceso es largo y, requiere de mucha paciencia e inteligencia, de tanto amor como voluntad.
Otra de las pautas importantes para los papás es no hacer del trastorno el centro de la vida de todos. Es importante, sí. Pero el joven que tiene el problema es mucho más que el problema en sí. Es alguien con sueños, con esperanzas, con sentimientos originados en otro lugar. No minimizar el “resto de la vida” es de hecho muchas veces el impulso para salir de esta situación.
La postura contraria tampoco sirve. Cuando el joven no cumple con una de las pautas establecidas hay que abrir un diálogo y cerrarlo, de manera que no se vuelva a repetir. Este intercambio debe ser corrector, pero también motivador. Los objetivos son dos: conseguir el compromiso del adolescente y que este salga del intercambio con la motivación suficiente como para cumplirlo. No podemos permitir que él se rinda, no es una opción.