Cuando los adultos se van a dormir, para los chicos empieza una nueva hora: la de interactuar con sus amigos a través de las redes sociales o juegos como los de la play 4, hasta que el sueño les gane la pulseada. Este nuevo fenómeno se llama “vamping”y, si bien en la actualidad forma parte de la identidad de esta nueva camada de niños y jóvenes, las consecuencias a largo plazo son nocivas. No sólo las horas de sueño y descanso se ven disminuídas, sino que, en período de vacaciones, estos chicos terminan por dormirse a la hora en que muchos adultos (y la dinámica familiar) se despierta para el desayuno. Además, el hecho de que permanezcan tantas horas expuestos a juegos y redes sociales, termina generándoles una especie de adicción. ¿Cómo podemos actuar los padres frente a nuestros hijos “vampiros” digitales? ¿Cuál es el límite?
Mientras que nosotros (adultos) crecimos en una era en la cual la conexión con el mundo exterior se terminaba apenas apoyábamos la cabeza en la almohada (a lo sumo nos quedábamos un buen rato hablando por teléfono con alguna que otra amistad, pero hasta ahí nomás), para los chicos y jóvenes de hoy, la noche, la casa en penumbras, el silencio, los padres ya durmiendo, es el “momento” ideal para empezar a utilizar el whatsapp, instagram, facebook, jugar a la play, y comunicarse con el grupo de amigos. Desde sus propias camas, con smartphones, tablets, ipads o notebooks, se transforman en pequeños vampiros digitales.
Mientras esto sucede en casi todos los hogares donde hay niños de entre 12 y 18 años, la Academia de Pediatría de USA acaba de publicar un informe que insiste en la importancia de las horas de sueño durante la adolescencia. Los adolescentes que duermen lo suficiente (la cantidad ideal es de 9 horas corridas) tienen un riesgo menor de sobrepeso o de sufrir depresión, menos riesgos de sufrir accidentes automovilísticos, mejor rendimiento escolar, resultados más altos en las evaluaciones y, sobre todo, una mejor calidad de vida.
A pesar de estar concetados durante el día, la noche tiene su costado místico (muy a pesar de que los mismos chicos reconocen estar cansados y somnolientos al día siguiente). El celular es el nuevo objeto transicional. Es una especie de mimo que antes, cuando eran chiquitos, recibían de los padres. Ahora, quienes los acompañan antes de cerrar los ojos y dormirse, son los amigos. Sería como la versión adolescente del cuentito de las buenas noches. La hiperconectividad esconde un fantasma: el miedo a la soledad. Como cuando antes un chico/a se quedaba horas hablando por teléfono de linea. La diferencia es que ahora pueden hablar con 20 personas al mismo tiempo. Se estiran los límites de sentirse conectados y es así como la tecnología es un fenómeno adictivo muy fuerte.
En el pasado, los chicos podían estar sueltos en la calle con la única consigna “volvé antes de que oscurezca”. Ahora, ppor una cuestión de seguridad y porque suelen estar tapados de tareas y actividades extraescolares, ya no es así. Los chicos de hoy suelen tener sus tardes cronometradas, horarios fijos e inamovibles, y padres que los buscan y traen y saben dónde suelen andar sus hijos. Su uso de la “social media” como fuente primaria de socialización es producto, más que de la tecnología en si misma, de las dinámicas culturales, incluídas as restricciones parentales y sus vidas programadas con horarios. Los adolescentes recurren y se obsesionan con cualquier ambiente que les permita conectarse con amigos. La mayoría de los adolescentes no son adictos a los medios sociales, en todo caso, son adictos los unos a los otros. Además, muchos chicos tienen amistades en otras partes del mundo, lógicamente con diferentes husos horarios.
Para los padres, puede ser difícil entender este nuevo fenómeno, ya que la brecha generacional e suna de las más grandes de la historia. Los adolescentes actuales son nativos digitales. Estamos en una era en la cual los sistemas de comunicación digital están modificando e influyendo la identidad de las personas. Y, si modifica la identidad, se modifican los vínculos, los modos de relacionarnos.
Sin embargo, ¿cómo podemos encontrar el límite exacto para no pasar del “uso” al “abuso”? En el “uso”, hay margen para la autonomía y para darle lugar a otro tipo de experiencias. En el “abuso” y la adicción, va aumentando progresivamente la compulsión y la sensación de que la vida empieza a pasar por “esos” momentos. Todo gira alrededor de esa experiencia y se van abandonando de manera lenta pero sin pausa, otros espacios como: deportes, recreación al aire libre, aprendizajes artísticos, para pasar a vivir casi en un mundo digital. Ahí, en ese límite fino entre consumo y compulsión, deben estar parados y alertas los padres, como un cartel que diga “Hasta acá se llega”. Se sabe que poner límites no es una tarea sencilla, y si hay algo que caracteriza y define a los adolescentes (que alguna vez todos fuimos) es su capacidad para desafiarlos. A pesar de ellos, no hay que dejarse vencer. Se debe fijar un horario en el cual todo dispositivo electrónico se apague, y que sea cumplido a rajatabla. Es fácil caer en la trampa de “todos mis amigos lo hacen”, pero no hay que permitir que negocien lo innegociable. Facilitar, no es sinónimo de educar.