La violencia de género se da cuando un miembro de la pareja (generalmente son los hombres pero hay casos de mujeres también) maltrata en forma verbal y/o física (o ambas) a la otra parte. Si la pareja tiene hijos en común, entonces ya no sólo es violencia de género sino que también existe una violencia doméstica, que se desarrolla dentro del hogar. Ya sea de género o doméstica, en ambos casos no hay una sola víctima. Los hijos son “rehenes” y testigos de la agresión que sufre su propia madre y padecen las consecuencias de manera directa. Al criarse en un ambiente violento y hostil, su desarrollo y su futuro se ven enormemente afectados.
Gran parte de su infancia se va diluyendo con las discusiones, las amenazas, las peleas, los gritos y los golpes que no sólo presencian, sino que muchas veces también pueden recibir. Viven con temor, inmersos en una pesadilla y hasta deben “contener” y ser el soporte anímico de sus madres quienes también están enfermas por no poder cortar con un vinculo tan nocivo y sumamente enfermizo y en el cual no sólo corre peligro su propia vida, sino también la de los menores.
Luego de la convocatoria #NiUnaMenos el pasado 3 de junio, los debates sobre violencia de género explotaron en los medios y también en las escuelas, los trabajos y en cada una de las familias argentinas. Pero hay una parte no tan “visible” del maltrato hacia las mujeres que está aún relegada: la exposición y el impacto que sufren los hijos de esas madres denigradas, golpeadas o asesinadas. En nuestro país no hay estadísticas oficiales sobre femicidios, por eso la Asociación Civil la Casa del Encuentro se ocupa de hacer el relevamiento. En tan sólo 7 años, desde el 2008 al 2014, 2196 hijas e hijos quedaron sin madre; y de ellos, 1403 son menores de edad.
Según la ONU, la forma más común de violencia experimentada por las mujeres en todo el mundo es la violencia dentro de la pareja; y en especial, dentro del hogar, donde permanece oculta para los demás y la sociedad, pero no para los hijos. Presenciar la violencia en el hogar durante un largo tiempo puede afectar gravemente el bienestar, el desarrollo personal y las relaciones sociales de esos niños y niñas de por vida. Cada caso es único, pero existen además posibilidades de continuar con el círculo violento o ser parte de una relación violenta en la adultez.
¿Qué sucede con esos chicos? ¿Quién se ocupa de ellos? ¿Cómo crecen, se desarrollan y forman una familia en el futuro? La posibilidad de reparar ese dolor y sobreponerse no es una tarea que puedan hacer por sí mismos, necesitan contención y un acompañamiento psicológico adecuado, que en la mayoría de los casos no se concreta. Por eso dentro de todas las cuestiones pendientes respecto de la violencia de género en nuestro país, también se debe pensar en ellos, en la reparación y en la prevención para que no repitan la historia.
Para ser considerado víctima de violencia en el hogar no es necesario sufrirla directamente. Haberla presenciado o haber crecido en una casa donde la desigualdad entre el hombre y la mujer se manifestaba en gritos y golpes, convierte a los hijos y las hijas ya no sólo en testigos sino también en víctimas. Vivir en un hogar donde la madre es maltratada significa estar expuesto a un modelo de familia basado en el abuso de poder.
Una forma de “camuflarse” que tienen los chicos frente a la violencia que los rodea diariamente es tener un excelente rendimiento escolar (como para no generar otro “motivo” de peleas en la casa). Otra forma es la completamente opuesta: fracaso escolar y tener mala conducta.
Existen muchos sintomas evidentes: la agresividad, la baja autoestima, las alteraciones del sueño, depresión o tristeza profunda, problemas para sociabilizar, los cambios de humor, la ansiedad, las fobias o la regresión (hacerse pis en la cama, por ejemplo), etc.