Muchos chicos atraviesan tiempos difíciles. El número de chicos que padecen estrés creció a lo largo de las últimas décadas y se llegó a una cifra alarmante: un 25% de adolescentes alguna vez sufrió un desorden de ansiedad o depresión. Los padres pueden ser parte del problema o de la solución. Todo depende de cómo actúen. Determinadas actitudes pueden provocar estrés en sus hijos.
Cada vez se hace más evidente que la vida del siglo XXI les está pasando factura tanto a los jóvenes adolescentes, como a los niños. Hay ciertas costumbres, actitudes y comportamientos que suelen estar socialmente aceptados y bien vistos pero que en realidad, pueden causar angustia, tristeza y otras dificultades en la psiquis de los pequeños.
5 comportamientos de padres que provocan ansiedad o estrés en los hijos
Ocultar problemas familiares
Muchas veces se cree proteger a los hijos de episodios desagradables al decirles que no se preocupen por los problemas de los adultos. Si hay un tema económico o conflictos matrimoniales, se cree que lo mejor es que los hijos no lo sepan. Pero ellos se dan cuenta de todo. Son absolutamente receptivos pero no están al tanto de la historia completa y, si están bajo un cuadro de ansiedad, pueden darle al conflicto unas proporciones desmesuradas. ¿Hay que depositar los dramas personales en ellos? No, nunca, pero es sano ser honestos sobre los problemas que uno tiene y charlar sobre las posibles soluciones. Es una gran estrategia para poder calmar la ansiedad de ambas partes.
Establecer los valores
Es correcto imponer valores, pero hay que saber que esos valores fueron cambiando a lo largo del tiempo y que, de ser muy insistente, los chicos pueden desafiarlos o, por el contrario, volverse obsesivos. Desde publicar fotos con desnudos hasta consumir pornografía, los chicos suelen transgredir las reglas que les imponen. Pero nunca tienen que llegar al punto de dañarse a sí mismos cuando sus padres se enteran de esos “secretos”. Hay que permitir a los jóvenes que sean ellos los que consideren qué valores son realmente importantes y cuáles no. Uno tiene que adaptarse al mundo de tentaciones en el que se encuentran. No hay que provocar que los hijos sientan temor ante una posible represalia del adulto por una acción inapropiada.
Defenderlos y sobreprotegerlos de manera excesiva
Es normal que cualquier padre defienda a su hijo en cualquier lugar y a cualquier costo. Pero esa presencia defensora puede alimentar el cuadro de ansiedad del niño. Cuando el joven le comunica al padre que tiene un problema en el colegio, la primera reacción del adulto es acudir a la institución para intentar resolverlo. Esa actitud comunica dos cosas: la primera es que ellos no pueden confiarle un secreto al adulto; la segunda es que uno no tiene fe en que ese hijo pueda resolver los problemas por su cuenta. Hay que asegurarles que uno va a intervenir únicamente cuando ellos estén de acuerdo y tengan conocimiento de eso. La primera opción siempre tiene que ser ayudar al joven a encontrar la solución a sus conflictos por su propia cuenta. La defensa excesiva ante cualquier problema que los hijos tengan puede llegar a ser perjudicial para ellos.
Sobreestimar sus fortalezas
Es verdad que hay que enfocarse en los puntos fuertes de la personalidad de un hijo, pero no hay que permitir que las expectativas propias le generen presión. Cuando uno les dice a los amigos que su hijo es el mejor en la universidad o que va camino a ser una estrella mundial del deporte, uno siente que los está ayudando, incentivando. Pero ese apoyo puede convertirse en presión. Hay que celebrar y mantener vivas aquellas actividades en las que los hijos son brillantes, pero nunca hacerles creer que, a raíz de esa condición, uno espera cada vez más y más. Ese tipo de ansiedad puede terminar matando el placer por lo que hacen tan bien.
Compensar sus debilidades
Cuando las cosas se dificultan, los padres tratan, por lo general, de ayudar su hijo lo antes posible. Ante una mala nota en Matemática, se contrata a un profesor particular. Ante un episodio de bullying, se les regala un libro sobre cómo defenderse en el colegio. Es como si se los invitara a enfocarse y a prestar más atención a los aspectos negativos de sus vidas. Sin embargo, la mayoría de las personas refuerzan su confianza en sí mismas mediante la estimulación de las virtudes. Pero no a través de la compensación de los defectos.
Los niños no pueden evitar caer en sus fases de debilidad, pero ayudarlos a que vean sus puntos fuertes puede ayudarlos a tener más confianza en sí mismos. La próxima vez que un hijo tenga problema en alguna materia, en vez de encerrarlo un fin de semana con un profesor particular, quizás sea mejor dejarlo que disfrute de hacer lo que más le gusta, al menos por un día. Luego, afrontará las tareas escolares con mucha más confianza y dedicación.