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Asumir que un hijo necesita terapia no es sencillo

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¿Qué hacer cuando sabemos que nuestro hijo/a necesita hacer terapia, visitar al psicólogo pero se niega a hacerlo o, bien nos cuesta admitirlo?

Una puede insistir en que nuestro hijo vaya al psicólogo pero no logramos tener éxito: no logramos convencerlo. ¿Qué podemos hacer? ¿Forzarlo y tirar de la cuerda? ¿Repetirles constantemente la necesidad que existe y no parar de hablar del tema? ¿Mostrarnos indiferentes? ¿Apelar al chantaje o a la extorsión? Primero, antes que nada, antes de empujar al chico/a a abordar un ascensor que termine justo frente a la puerta del consulrorio del psicoanalista, es importante indagar en las motivaciones del rechazo. A veces, especialmente en la adolescencia, hay que evaluar el factor rebeldía y el valor de la privacidad tan preciada. Si el adolescente no confía en que su palabra vaya a estar resguardada por el profesional, no hay transferencia. Existen familias en las cuales el “hacer terapia” está mal visto y el chico entonces termina siendo el portavoz de esa postura. O, también sucede que uno de los integrantes de la pareja no quiere ver (caso de padre/madre negador) y, aunque nolo diga de manera explícita, termina fortaleciendo la resistencia del hijo. Otras veces, el hijo no quiere llevar problemas a la casa, no quiere ser visto como “el complicado”, o bien no quiere que sus papás enfrenten ese gasto (convengamos que hacer terapia no es un gasto menor, más si el tratamiento es a largo plazo y las obras sociales y prepagas sólo cubren un % y unas sesiones…)

Hay chicos a quienes les cuesta confiar y admitir que lo que sus papás le proponen es algo positivo y bueno para ellos (y seguramente por eso necesitan terapia), y en estos casos quizás conviene que asistan un tiempo, aunque sea a desgano para ver si esta vez descubren  que lo que sus padres le ofrecieron es beneficioso para ellos, o bien develen el motivo de la resistencia.

Si bien no hay una respuesta única, lo que se busca antes o en el transcurso de un tratamiento es generar el deseo de cambio. Desde la angustia, porque son el sufrimiento y el malestar los que motorizan una terapia, que en los más chicos se desarrolla a partir del juego, la palabra, la motricidad y el dibujo. El chico tiene que dejar desear de sufrir. La angustia es el motor del tratamiento, si el chico no sufre es muy difícil que aparezca un cambio. Si lo asume como una obligación con la que debe cumplir, no está siendo permeable a su propia transformación.

¿Hay estrategias para generar la necesidad y las ganas que debería sentir el chico y no sólo los papás, como a veces sucede?

Si y, no. Existen recursos: el modo de abordaje del tema puede marcar la diferencia. Es recomendable decirle al chico que la idea es ir a conocer a un psicólogo/a (en lugar de usar la palabra “terapia”), que sabe mucho de los chicos, que va a jugar, dibujar, que irá unas dos o tres veces, de modo que si del diagnóstico surge que necesita terapia, ya la conoce. Y así, tiene una menor resistencia (a lo nuevo y desconocido). Si después de esa etapa no quiere seguir, hay que tratar de que nos cuente el por qué. Si el problema que el chico manifiesta para no ir está en la terapeuta (no pegó “onda”), el sólo hecho de decirles que se buscará otra, detiene el tema. También, es bueno explicarle al chico qué es un psicólogo y qué hace, mostrarlo como una persona que nos ayudará a mejorar o a transitar determinada situación y, a entender lo que está pasando en la casa o en el colegio. Puede ser productivo, además, apelar a ejemplos concretos, pensando en el motivo de la consulta: ” nos va a ayudar a que te animes a ir sólo al colegio o a que puedas controlar tus enojos y frutraciones en esos momentos en los que las cosas no salen como las esperás”. Es esencial adecuar el lenguaje y el discurso a la edad de cada niño para así lograr un mayor grado de comprensión y empatía.

Aunque siempre depende de la gravedad del caso (y cuando aparecen situaciones de riesgo que vulneran la integridad física o trastornos diagnosticados como el TGD o ADD, es importante hacer una consulta), no siempre los niños van primero. Ante una problemática no necesariamente es el chico quien debe ir a una consulta (sólo o con sus padres desde los 3 años y hasta los 18 años con autorización de ambos).

Un cambio de conducta en cualquiera de las puntas del vínculo impacta en la estructura. Como si la familia fuera una estructura de cuatro patas, un movimiento en cualquiera de sus partes, moviliza al resto. Los padres suelen subestimar su propia capacidad como agentes de cambio en la salud emocional de sus propios hijos. A veces, un trabajo con los papás permite armonizar el vínculo, en relación con sus matices más sutiles, y sólo después, si los síntomas persisten, algo que no suele suceder, se piensa en comenzar un tratamiento que integre a los chicos. En muchas oportunidades, a veces una o dos consultas destraban un suceso que es vivenciado por toda la familia como confusa o angustiante. No todos los cuadros requieren del comienzo de un tratamiento, y en ese caso hay que diseñarlo en función de cada psiquismo, que es como una huella dactilar. Por otra parte, no necesariamente la vivencia de una situación percibida por los adultos como dificultosa, para los chicos tiene que llevar a una consulta. Un divorcio, por ejemplo es un episodio de altísima intensidad emocional que ponen a prueba la tolerancia de cada aparato psíquico, pero el impacto en los chicos depende de cómo lo vivan o de cómo lo puedan transitar y manejar los padres.

Algunas señales de alerta:

  • Pedidos de consulta por parte de la escuela
  • cambios en el estado de ánimo y humor
  • Miedos persistentes y limitantes
  • Aparecen problemas para relacionarse con sus pares
  • Cambios importantes en la alimentación, el sueño o el control de esfínteres

Padres Negadores

¿Qué pasa cuando es el entorno (familiares, escuela, amigos) el que insiste con que nuestro hijo necesita ayuda psicológica y nosotros no queremos saber nada? ¿Y cuando la mamá quiere que el chico haga terapia pero el papá no? (o viceversa).

La negación y angustia persecutoria son algunas de las sensaciones que pueden aparecer en los padres cuando alguien les aconseja que su hijo debe empezar un tratamiento, o simplemente realizar una consulta. Sienten culpa de aparecer ante sus hijos o sus pares como “fallados”. No quieren frustrarse ni que su hijo se sientan mal. Entonces, el analista tiene que explicarles que el chico puede tener un malestar en función de su relación con el mundo y no está relacionado con que ellos hicieron “algo mal”. Hay conflictos que vienen de la historia de los padres y que inciden en la crianza de sus hijos; sin que ellos mismos lo sepan, están latentes de manera insconsciente. Por otro lado, a veces, y especialmente cuando los padres no están de acuerdo, el chico queda en el medio y es un problema.